martes, 13 de diciembre de 2011

ERE QUE ERE

Una de las pocas ventajas de los profesionales liberales, trabajadores autónomos y demás personas que desarrollamos una actividad por cuenta propia radica en el hecho de vivir sin el miedo permanente a las regulaciones de empleo y a los despidos que se están extendiendo ya como una epidemia imparable en nuestro entorno.

Cierto es que de algún modo tenemos no uno sino muchos empleadores a quienes nos debemos, y que la falta de los mismos nos ocasionaría iguales consecuencias que a los trabajadores por cuenta propia, y cierto es también que en ocasiones las relaciones profesionales se cierran de forma incómoda para las partes, descontentas unas con el resultado de la intervención, o con el coste de la misma, y, o disgustadas las otras cuando el esfuerzo realizado, o el resultado obtenido, no se considera lo bastante apreciado.

Pero la crudeza rayana en la grosería con que se ha estandarizado la comunicación a los trabajadores de sus despidos a consecuencia de los expedientes de regulación de empleo está produciendo un daño adicional innecesario y de muy difícil reparación al de por sí derivado de la pérdida del trabajo, pues ocasiona unos traumas y pérdidas de confianza muy difíciles de sobrellevar. Daños que no solo se proyectan sobre los afectados, sino también sobre el resto de sus compañeros, impotentes para reaccionar e incómodos por la sensación de alivo derivada de haber sobrevivido por el momento.

Son malos tiempos, y hace años que vengo diciendo que serán peores aún, en muchos aspectos. Pero precisamente en estas circunstancias debemos hallar en nuestra sociedad referentes morales de conducta, para que las decisiones duras que hay que aplicar no lleven el añadido de la frialdad y el desprecio.

Conseguir que dejar de trabajar no se equipare a perder la dignidad, ni el derecho a ser tratados con respeto y consideración, o lo pagaremos todos muy caro.

Un poco de música escogida "ad hoc".