martes, 8 de julio de 2008

LO PEOR QUE LE PUEDE PASAR A UN AVENTURERO


Hace unas semanas fuimos al cine a ver la cuarta entrega de las aventuras de Indiana Jones, “El reino de la calavera de cristal”. Solo digo cuarta, y no última, por el significativo detalle del sombrero, prácticamente al final, aunque no voy a destripar nada sin previo aviso a quienes no la hayan visto todavía.

Todavía éramos unos adolescentes cuando se estrenó “En busca del arca perdida” para nuestra sorpresa y deleite. Aquella sí era una película fenomenal, redonda de principio a fin, que para nada merecía ser convertida en primera de otras sucesivas, pues es sabido que nunca segundas partes fueron buenas. Acción, esoterismo, exotismo, algo de erotismo incluso y algo también de humor estaban combinados en las proporciones y cantidades adecuadas, lo cual solamente puede decirse de las obras maestras del celuloide. Y qué no decir del fantástico, por sencillo y profundo en cuanto insinúa para el futuro, dejando abierta la narración, final. Lucas y Spielberg han construido su imperio sobre dos ideas sencillas y geniales de este tipo: comenzar la Guerra de las Galaxias como el episodio IV de algo cuyos tres episodios anteriores no existían, y terminar En busca del Arca Perdida depositando tan importante objeto en un enorme almacén, perdido, nunca mejor dicho, de la mano de Dios.

Me explayo y no llego donde iba. La segunda parte de la que el ansia respetable por acumular el vil metal convirtió en una serie susceptible de venderse en pack es un auténtico bodrio, despreciado por los admiradores del simpar Indiana, cuyo gesto de indiferencia algo despistada respecto de los desafíos de la vida real (el trabajo, el dinero y el amor parecen importarle un bledo) solo es comparable al del patrio Superlópez de Jan. La tercera, finalmente, se salva y condena al mismo tiempo por la presencia de (firmes) el genial Sean Connery, quien no obstante haría bien rogando en su lugar ser recordado por personajes como el soldado de “La colina” o el oficial británico masón de “El hombre que pudo reinar”.

Llegados a este punto, era poco probable encontrar nada mejor en la cuarta parte de la saga, no obstante lo cual era también inevitable acudir a verla, lo cual aconsejo y, llegando al punto en que advierto a los que no hayan ido que no sigan leyendo más, asistir entre indiferente y divertido a unas “Las aventuras de Indiana Jones y los marcianitos verdes” con un guión calcado de los programas de Jiménez del Oso y los libros de H. Von Daniken más unas gotas de “Rebelde sin causa”, fabulosos efectos especiales, piruetas inverosímiles impropias de un sexagenario (y de un veinteañero), y un final con adopción – boda por todo lo alto totalmente inaceptable, lo peor que le puede pasar a un aventurero. Como si Jan terminara casando a Superlópez con Luisa Lanas, después de todos los esquinazos que la dio.

Hay un momento en la película donde se decide la suerte de la historia. El profesor Jones, antaño gloria de América, objeto de deseo de sus alumnas y niño mimado de la facultad, hoy es investigado por el F.B.I., ignorado cordialmente por aquellas e invitado a abandonar la docencia. Decidido a mandarles a todos a paseo, emprende un viaje a Europa para encontrar a un viejo amigo y seguir enseñando. Henry Jones es en ese momento un héroe crepuscular de vuelta de todo, resignado y maduro, perfectamente apto para subirse sobre los hombros de Indiana y convertirse en un gigante de carne y hueso. Pero es solo un espejismo, y la ficción más básica e insulsa vuelve a ponerle el látigo y el sombrero en aras del dios dinero. En fin, otra vez será. Siempre nos quedará Blade Runner.


P. D. Tomo la fotografía de http://www.cachislamar.com/home.htm, todo un hallazgo.

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