viernes, 17 de octubre de 2008

EL DILEMA DEL PRISIONERO


Me da respeto tocar este tema. Primero, porque es tan serio que todos debemos comportarnos de forma responsable, en cuanto a lo que decimos. De la crisis que estamos atravesando ya están sufriendo las consecuencias directas muchas familias, y temiéndolas otras. Y, en segundo lugar, porque no soy ni pretendo ser un especialista en la materia, y me da la sensación de que ya hay demasiada gente tocando de oído en la orquesta mediática de la interpretación de la situación económica, que por otra parte evoluciona a diario, a medida que se van produciendo nuevas noticias sobre la realidad de la situación y sobre las medidas para atajarla.

Pero una idea, o mejor dicho una forma de expresar una idea, me viene rondando desde hace tiempo, y hechas las salvedades y advertencias anteriores no quiero dejar de compartirla desde estas líneas. La idea no es nueva. Ya habrás oído muchas veces que un factor clave del que depende la futura evolución de las circunstancias y también, eventualmente, la demora en la resolución del problema, depende de la confianza de todos los agentes económicos. Pues bien, una forma de expresar hasta qué punto la confianza de todos es imprescindible es la respuesta al problema conocido en la teoría de los juegos como el “dilema del prisionero”. En su formulación clásica, el problema presenta a dos teóricos detenidos que se encuentran totalmente aislados y son entrevistados por separado por un fiscal. Ambos son culpables de un delito castigado con una pena de diez años, vgr. robo, pero no hay suficientes pruebas, por lo que si ninguno confiesa solo podrán ser condenados por un delito menos grave, vgr. allanamiento de morada, a una pena de dos años. Para condenar al menos a uno, el fiscal propone a ambos que declaren contra al otro, en cuyo caso el que traicione al otro podrá quedar libre.

Las alternativas que pueden darse a partir de entonces son, básicamente, tres: si uno traiciona al otro, y el otro no, el traidor quedará libre y el otro será condenado a diez años; si ninguno traiciona al otro, ambos tendrán una condena de 2 años; pero si los dos se traicionan entre sí, sus condenas respectivas serán de 10 años cada una. La solución al problema, pues, depende de que cada uno de ellos, aislados como dije antes, escoja no traicionar al otro, esperando, confiando en que el otro también lo haga,

Como en el dilema, todos somos prisioneros de esta crisis. Si optamos por colaborar, todos saldremos de ella. Pero si preferimos velar por nuestros propios intereses, aunque consigamos una ventaja aparente, a largo plazo saldremos más perjudicados. Por eso, ahora más que nunca debemos ser prudentes y evitar, por ejemplo, subidas tan injustificadas como inoportunas de los precios o tarifas de nuestros productos y servicios, y debemos también escoger cuidadosamente qué gastos recortamos, de forma que en lo posible no perjudiquemos a los comerciantes y profesionales con los que trabajamos día a día y compartimos este espacio común que llamamos ciudad. Estoy seguro que cualquier empresario o cabeza de familia puede, si le dedica suficiente tiempo, encontrar gastos más prescindibles cuyo recorte no se vuelva contra él en un futuro. Cedo a la tentación de poner un ejemplo, aunque ni busco hacer amigos (que son todos bienvenidos), ni pretendo tener enemigos: ir andando al trabajo o poner la calefacción un par de grados por debajo de lo habitual es bueno para el medio ambiente y, a la larga, perjudicial para los superlativos beneficios de grandes corporaciones; pero dejar de comprar esos zapatos que necesitas desde hace tiempo, o de coger el pan y la leche en la tienda de la esquina, le quita el pan de la boca a los hijos de tus vecinos, y a la larga resta actividad económica a la ciudad donde pretendes ganarte la vida. Así pues, especialmente ahora que mentes más sesudas que yo han dicho que la economía debe volver a sistemas de funcionamiento más reducidos territorialmente, no nos traicionemos entre nosotros.

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