viernes, 28 de marzo de 2008

PIEDAD Y RECONCILIACION


Salí al encuentro de la procesión a través de las Once Paradas, cruzando el río por Puentecillas y subiendo por Salvino Sierra hacia la Catedral. Al doblar el ábside, dejando a mi izquierda la entrada del Hospital de San Antolín y San Bernabé, se empezaba a ver gente pendiente de su llegada. Poco tiempo después comenzaban a apartarse, dando paso al primer hábito pardo que portaba el pendón.

Sonaban a lo lejos los ecos del tararú de la primera procesión de la Semana Santa de Palencia declarada de interés turístico nacional, y volví sobre mis pasos hacia el río, para verla llegar desde esa tierra de nadie insular que forman el llamado Sotillo de los Canónigos y el salto de agua de la presa, antaño molino de la discordia en tiempos de las revueltas del pan. Antes de cruzar de nuevo junto al bolo de la paciencia me estremecí sin querer frente a la bocacalle de Gaspar Arroyo, preguntándome si el itinerario escogido este año por la Hermandad Franciscana de la Virgen de la Piedad no estaría (perdóname el consciente modismo palentino) pensado a propósito.

Yo entonces no sabía de la historia reciente y al mismo tiempo añeja de la Cofradía más joven de nuestra capital, y bien que habría podido con atender un poco más a mis amigos Félix y Luís, a quienes posteriormente identifiqué en el recorrido. En fin, supe luego que era el cuarto año de la procesión, y el cuarto punto cardinal o barrio periférico escogido para completar una suerte de misión evangélica extramuros de los recorridos habituales, como supe también después del responso imprevisto, pero totalmente previsible, que se rezó en el umbral de la tragedia siguiendo las indicaciones del Padre Raúl Muelas, a quien ya conocía de otros menesteres en el coso de Campos Góticos.

Iba diciendo que me adelanté a la procesión para verla venir desde el otro lado del río, y así fue. Me decidí por un banco de piedra al borde de la ribera, a fin de no obstaculizar el paso y a diferencia de otros asistentes que, por desgracia, pusieron su interés personal por encima de la seriedad y la belleza del momento, obstinándose en permanecer sobre el puente, incluso en sus zonas más angostas, y desde allí, bajo un cielo estrellado, comenzando a sentir el frío y la humedad, vi venir a la Virgen de la Piedad, llorando a su hijo. La talla, pese a ser moderna, mueve a la devoción por la serenidad del rostro de la Virgen, pese al dramatismo de la escena. Los hábitos monásticos de la hermandad dan a su vez otro aire a esta acertada procesión, que rasgaba el silencio de los chopos del Sotillo con sus carracas.

Cuando consiguieron hacer pasar la imagen, no sin algún esfuerzo, me apresuré a esperar nuevamente la llegada de la imagen, esta vez desde el final del paseo central del Sotillo. Atajé para ello por el camino lateral, que discurre junto al muro de reminiscencias quevedianas, invadido de vegetación, casi desmoronado y cuyo especial encanto me trae imágenes de antaño, y contemplé de nuevo la silenciosa comitiva desde una perspectiva distinta.

Algo más tarde, tras departir con Joaquín a la puerta de Nuestra Señora de Allende el Río, sin haberlo planeado entré al acto presidido por nuestro Sr. Obispo Munilla, cuya interpretación de la parábola del hijo pródigo despertó en mi interior antiguas devociones. Y el pasado 19 de marzo recibí el inesperado y sorprendente regalo de la biografía del Santo de Asís, o más bien de la introducción a la misma de G. K. Chesterton, cuya lectura he concluido hoy.
La fotografía está tomada de la página web de la hermandad: http://www.virgendelapiedad.com/

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